1.
Que me sacien los ojos, porque ya los pies no me andan ni a besos, ni a palos. No me andan los pies, y no es un daño físico, es que no me andan y ya.
Cuando se me nublen los ojos, ni de dolor, ni del cansancio debido; diré que los pies han muerto de dignidad, pero no hasta entonces, que me limen las uñas, me sequen las lágrimas y me laven los pies; diré que con creces, han muerto de dignidad.
2.
Qué alegre, un discurso alegre, chicas, hay que mirar hacia arriba, ver luces por todos lados, y luego recordar que se pisa tierra celeste.
Alegre cuando les pregunten las medidas de sus cinturas, cuando los sostenes grandes delaten que no tienen pechos, cuando los chocolates puedan estar en kilos dentro de sus despensas, y se conformen con lechuga desabrida, y probablemente, transgénica.
Chicas, pero serán Uds. las bellas, las de revistas y afiches, serán Uds. las que tendrán hombres bellos.
Fuerza cuando se les caiga el pelo por desnutrición, son gajes del oficio, pero rico, es la moda.
3.
La conocí en un bar, lejos, no sé en qué parte de la cuidad, en verdad no lo recuerdo.
Llevaba un vestido escotado por la espalda, una cartera de cuero roja, y llamativo maquillaje. Tacos aguja, y bajo el brazo derecho, un libro.
Supuse que sería algo light, algo romántico y propio de prostitutas que sueñan con salir de ese ambiente, aunque sea a través de una novelucha de cuarta.
Pero me equivocaba, y en realidad, yo no sabía nada de putas, ellas podían leer perfectamente los ojos de viejos solitarios como yo.
4.
Cuando niña pensaba que el amor era ese soplo caliente que uno guarda cuando respira.
Al rezar, acumulaba ese calor en la garganta, pensando que quizás sería posible enviar todo ese amor.
Entonces, seguía la rutina de oraciones, siempre pendiente de concentrar ese calor, en sentir cómo se disipaba por mis fosas nasales hacia el espacio, como deseo puro de amar fraternalmente.
Cuando era princesa, mi habitación era blanca y de ladrillos… hoy es de piedra, mármol, pinturas en dorado y medio barrocas, el suelo se extiende metros y metros, blanco y negro. El pisarlo me hiela la garganta, me petrifica los poros y no puedo cerrar los ojos, siempre un ángel me mira.