enraiza.

Absolutamente perdida, eran otros tiempos, otro espacio. Nada me competía como antes, no si quiera los olores eran similares.

Nada. Y esa palabra me conmovía tanto y ahora me parece tan obstruida, llena de todo, y que el vacío, incluso, entre ahí. Así me siento a veces, tan nada y tan obstruida.

Déjame ver cuán invisible soy, porque también aparento serlo con hechos concretos, con manos que pasan entre mi carne y mis ojos, y mi sangre seca y viscosa, densa como aire.

Cuando reía tronaba, cuando bailaba el desliz de mis pies era un patinaje absurdo y curioso. Casi espacial y recogido desde miles de trozos bailables de ritmos muertos. Y ahora qué me queda más que la memoria, viva y colorida, nítida como nunca, donde revivo todos los segundos en cada instante. No soy ni fui la misma, el cambio ha sido inminente y radical… Los bailes son torpezas, las torpezas son risas estridentes, e incluso ahora, el instante a 5850 días de mi existencia ignorante de hoy. Armoniosa, y me siento bien, dentro de todo, el caos y la conversión de la convergencia a la divergencia de las vidas cruzadas, que me cruzo conmigo misma en rutas paralelas y curvas. Y que me cruce con lo que quiero ser me alivia. Mis yos.

Me miro las manos, estriosas y agrietadas, secas, suaves, profundas, infinitas y rosadas. Casi amarillentas, con montes lunares dilatados de lo morado; como si ahí morara otra vida interna, entre capilares y espacios.

Allí yace y espera. Yo también lo hago. Es ella, la que palpita bajo mi piel, la que espero, la que tienta el repudio, el hastío máximo, la excitación desbordante. La espero porque es ella, mi hija maldita. El coágulo de amor propio, de auto polinización.

Mi lámina, mi reflejo; es ella, la de ayer, la que olía, bailaba y oía. Duerme, me espera quieta, salir cuando yo duerma, mañana seré ella.

Marti